Antroposofía. Septenios: la biografía humana

Desde el punto de vista antroposófico.
Por el Dr. Roberto Crottogini.

Los septenios, la biografía humana desde un punto de vista espiritual.

En una biografía, el desarrollo de los septenios
guarda estrecha relación con la transformación de los cuerpos
constitutivos del hombre. De esta manera, estas transformaciones darán
origen a las sucesivas etapas biográficas o septenios. Recordemos
que la Antroposofía es una cosmovisión del hombre, la cual nos permite
conocer cada uno de los cuerpos que lo conforman. Estos cuerpos son:


Ø Cuerpo físico, es lo que visible y conocido.

Ø Cuerpo etérico o vital, impregna el cuerpo físico y le da vida.

Ø Cuerpo astral o cuerpo de sensaciones, que permite que el hombre sienta.

Ø Yo o individualidad, aquello que nos hace inéditos y distintos a todos.


Sobre estos cuatro cuerpos se desarrollan los septenios o la biografía humana.



Clasificación de los septenios



Básicamente, podemos hacer una triestructuración:

Septenios del cuerpo

Del nacimiento hasta los 21 años

Septenios del alma Desde los 21 años hasta los 42 años

Septenios del espíritu Desde los 42 años hasta los 63 años



Las posibles clasificaciones de
las distintas edades de la vida son muchas: en decenios, en septenios;
la diferencia radica que, en la Antroposofía, estos tiempos no están
dados arbitrariamente. El tiempo, que demoran los miembros esenciales
en hacer su metamorfosis, es lo que determina esta clasificación en septenios. Aproximadamente, cada siete años se produce la transformación de cada uno de los cuerpos que componen al hombre. Así como los chinos dicen: “Aprender, luchar y ser sabio”; en Antroposofía, se habla de:



Ø maduración física,

Ø maduración anímica y

Ø maduración espiritual.


Esto quiere decir que se emplean veintiún años en consolidar la estructura del cuerpo físico. Los primeros tres septenios se llaman septenios del cuerpo,
durante los cuales se producen la mayor cantidad de cambios y dan la
fisonomía correspondiente a esta etapa. Desde la perspectiva de la
organización del cuerpo, del crecimiento de los órganos, hasta los
veintiún años, podemos decir que:



Primer Septenio Desde el nacimiento a 7 años Cuerpo Físico

Septenios del Cuerpo Segundo Septenio Desde 7 años hasta 14 años Cuerpo Etérico


Tercer Septenio

Desde 14 años hasta 21 años

Cuerpo Astral



Alrededor de esta edad, el cuerpo deja ya de crecer y comienza una transformación de lo que llamamos el alma,
el mundo interior. A los 21 años, se produce el nacimiento del Yo y el
cuerpo astral es donde se expresa el Yo. Un niño recién nacido no tiene
conciencia, tiene conciencia cósmica. El Yo no está totalmente
presente; a medida que el niño crece, el Yo se acerca cada vez más. El
septenio central, que transcurre entre los 28 y los 35 años, es el
período donde el Yo está más cerca de la organización física, período
denominado alma racional. Aquí, el Yo se refleja con
mayor fuerza en la personalidad. La persona privilegia el pensamiento y
trae, también, el reflejo de la individualidad; puede ser el momento de
mayor orgullo, de máxima ambición y soberbia. En el septenio de la maduración física, desde el nacimiento a los 21 años, el individuo conoce o empieza a conocer la vida; en el septenio de la maduración anímica, de 21 a 42 años, el individuo acepta la vida y, en el tercer ciclo, el septenio de la maduración espiritual,
de 42 a 63 años, recapitula sobre lo vivido. Teóricamente, esto es lo
que va sucediendo, cuando no hay alteraciones en los procesos.


Septenios del Cuerpo

Primer septenio, desde el nacimiento hasta los 7 años

Cuando
es concebido, el hombre como embrión, aún no está organizado, no está
constituido por los cuatro cuerpos. En el seno materno, ya es
físicamente visible; esto es posible gracias a la ecografía. La madre
aporta vitalidad y, a medida que se alimenta, forma sustancia viviente.
Esto es un milagro, nadie puede hacerlo como quiere y, así, decimos que
la vida no es nuestra sino que recibimos vida. Tanto
el embrión como el niño recién nacido no tienen conciencia; el recién
nacido no sabe quién es. En el nacimiento, el hombre no sólo es muy
parecido a un animalito sino que es mucho más débil que cualquiera de
los animales de la creación. Los estudios nos muestran que, desde el
momento del nacimiento hasta la manifestación del Yo, el hombre podría
funcionar como un animal porque posee sólo tres cuerpos: cuerpo físico,
cuerpo etérico y cuerpo astral. Físicamente, el Yo demora más o menos
un año en manifestarse. El hombre sostiene su cabeza a los tres meses;
se sienta, a los seis meses; se pone de pie, a los nueve meses y
camina, a los doce meses; ésta es la influencia del Yo. Poder caminar
significa que la columna vertebral del hombre se yergue como
consecuencia de la acción del Yo. Merced a su propio Yo, el hombre
puede erguirse y comenzar el trabajo de sostenerse. Como
hemos visto, los cuerpos constitutivos del ser humano no están
totalmente formados ni están todos presentes en el momento del
nacimiento. Así, describimos la vida de siete en siete años, ya que
éste es el tiempo que necesitan los cuerpos para madurar. Por lo tanto,
cada siete años se producen crisis que generan cambios importantes. Nuestro primer planteo es determinar qué pasó en los tres primeros septenios y
cómo ellos se reflejarán en el resto de nuestras vidas. Las
experiencias por las que atraviesa un ser humano en las primeras etapas
de su vida se reflejarán en los últimos años de la misma. Lo importante
de este planteamiento es descubrir los procesos de enfermedad o las
situaciones problemáticas que surgen, determinar cuáles son sus raíces
y tratar de analizar estas cuestiones desde otros puntos de vista, más
allá de un enfoque estrictamente psicológico. Después
de nueve meses de embarazo, el niño no está totalmente formado; son
necesarios, aproximadamente, treinta y tres meses para hablar de una
evolución mínima completa. En ese tiempo culmina la formación del
sistema nervioso. Todo lo que es normal para un niño antes de los dos
años resulta patológico en el adulto: sus reflejos, la circulación
sanguínea; todo esto necesita una transformación. En
los primeros siete años, el niño conforma y consolida su cuerpo físico;
a partir de ahora, su cuerpo físico está completo. Éste es, además, el
septenio durante el cual aparecen las enfermedades infantiles. El niño,
al nacer, trae el cuerpo vital de la madre, al cual quemará con las
altas temperaturas de las enfermedades infantiles. La fiebre que se
manifiesta, en estos primeros años de vida, no tiene nada que ver con
la fiebre que se desarrolla en los otros períodos de la vida. Las
enfermedades infantiles tienen el propósito de que el niño desarrolle
su propio cuerpo vital, a partir de los siete años, abandonando el
cuerpo vital donado por su madre. Esto es el principio de su proceso de
individualización. Por lo tanto, es importante no interrumpir estas
enfermedades cuando aparecen. Entonces, a los siete años
se produce una transformación muy importante: el niño ha completado la
formación de sus órganos; la formación de su cuerpo. A partir de ahora,
las fuerzas que estaban dedicadas al crecimiento se liberan, transformándose en fuerzas del pensamiento; es decir, las fuerzas vitales que ayudaron al crecimiento formarán la conciencia del niño y, desde este momento, podrá pensar.
Por esta razón, es muy importante no interrumpir la evolución física
del niño aplicando estas fuerzas del crecimiento al pensar.

Septenios del Cuerpo

Segundo septenio, desde los 7 a los 14 años

Desde los siete a los catorce años, se desarrolla el septenio del cuerpo vital. Este nuevo nacimiento, invisible para nosotros, está señalado por dos hechos fundamentales:

Ø se completa el proceso de cambio de dientes.
Ø el sistema nervioso ya está conformado.

A
partir de los siete años, el niño está más despierto al mundo, ya ha
desarrollado su capacidad de aprendizaje y, así, podrá iniciar su vida
escolar. Esto es posible porque las fuerzas formadoras del cuerpo vital
o cuerpo etérico se liberan de la tarea de configurar órganos y
sistemas, correspondientes al cuerpo físico, y se transforman en
fuerzas de pensamiento. El cuerpo vital es la base del temperamento, razón por la cual el segundo septenio se caracteriza, también, por la manifestación de los temperamentos. Son cuatro los temperamentos, a saber:

Ø temperamento melancólico, con preponderancia del cuerpo físico, se expresa en el predominio de los órganos de los sentidos, tendiendo a los sabores ácidos.
Ø
temperamento flemático, con preponderancia del cuerpo etérico, se expresa en el predominio del sistema glandular, tendiendo a los sabores salados.
Ø
temperamento sanguíneo, con preponderancia del cuerpo astral, se expresa en el predominio del sistema nervioso, tendiendo a los sabores dulces.
Ø
temperamento colérico, con preponderancia del Yo, se expresa en el predominio del sistema sanguíneo, tendiendo a los sabores amargos.

El temperamento es
una cuestión de destino; es decir, el hombre, a lo largo de su
biografía, deberá trabajar su temperamento. Cada ser humano tiene, en
su interior, los cuatro temperamentos, predominando, en él, uno de
ellos. En el suceder de la vida y con el trabajo del Yo, debiera
lograrse la armonía de los cuatro temperamentos. Durante
el desarrollo de este septenio, el niño tiene la posibilidad de
adquirir hábitos, no sólo los hábitos de comer, dormir, sino también
hábitos de conducta, como: no criticar, respetar a los otros, saber
perdonar. Por lo tanto, la labor de los educadores, no sólo la de los maestros sino también la de los padres, adquiere fundamental importancia.



Septenios del Cuerpo

Tercer septenio, desde los 14 a los 21 años

A
los catorce años ha terminado la escolaridad primaria y se prepara para
ingresar en uno de los septenios más dramáticos que tendrá que vivir:
el tercer septenio, que transcurre entre los catorce y los veintiún años. A
partir de los catorce años, aparecen las formas corporales
características y determinantes de ambos sexos: la menstruación, en las
niñas; la aparición del vello; el cambio de voz, en los varones.
Algunos hablan de bisexualidad otros de asexualidad; se diría que los
sexos se confunden, estableciéndose amistades muy profundas e íntimas
entres seres del mismo sexo. Es una etapa durante la cual no hay una
clara discriminación sexual. En
el embrión, hasta los dos meses de gestación, están los esbozos
genitales del hombre y de la mujer; luego, uno de los sexos se atrofia,
desarrollándose el restante. Por lo tanto, venimos de un mundo
espiritual en el cual no hay diferenciación sexual. Lo sexual aparece
después, en el plano físico. Las fuerzas espirituales son las que
promueven el funcionamiento glandular con la secreción hormonal,
determinando que ese ser, que ha encarnado, sea hombre o mujer. Por
consiguiente, un ser humano, por el hecho de ser mujer, segregará
hormonas femeninas y su condición femenina guarda una estrecha relación
con las experiencias a desarrollar en su vida terrenal. El código
genético es el resultado del plan que se trae del mundo espiritual,
tiene relación con el Yo, con la individualidad, y no con el cuerpo
físico. Es el resultado del destino del ser. Durante este septenio tan difícil, se desarrolla el cuerpo astral o cuerpo de sensaciones;
es decir, el ser humano comienza a tener nuevos sentimientos y
sensaciones. Básicamente, comienza el aprendizaje para quererse o para
distinguirse a sí mismo. El joven se encuentra inmerso en un mar de
sensaciones y, así, frente al mundo, actuará según su gusto o disgusto;
es decir, aparecen las polaridades. El joven de esta edad vive el deseo.
A partir de los veintiún años, esta situación se modifica porque nos acercamos al nacimiento del Yo.




Septenios del Alma
Desde los 21 hasta los 42 años


A partir de los veintiún años, nos acercamos al nacimiento del Yo. Todo este proceso conduce a separar al joven de la madre. A
través de las distintas etapas de la vida del niño, la madre lo siente
de diferente manera. La madre percibe al niño y ese estar percibiéndolo
es una conexión vital. A los siete años, cuando nace el cuerpo vital
del niño, la madre va desconectándose un poco del niño, proceso
necesario para su desarrollo y crecimiento. A los catorce años, surge
el cuerpo anímico del niño y, a partir de este momento, la madre
percibe a su hijo de una manera diferente; hasta puede dudar de si ese
ser es verdaderamente su hijo. Esta sensación se acrecienta al llegar a
los veintiún años, cuando la madre puede sentir que desconoce
totalmente al joven que tiene a su lado. Cuando la madre dice conocer
mucho a su hijo; en realidad, sólo conoce al embrión de ese ser, conoce
los pasos previos necesarios para que ese ser llegue a ser la
individualidad que ahora es con sus veintiún años. A partir de este
momento, podremos observar quién es en verdad la persona que comienza a
manifestarse, un personaje que la madre aún no conoce. Los padres, como
constituyentes del medio que rodea al niño, influyen pero no pueden
conocer los impulsos que recién aparecen a los veintiún años. Esto es
lo nuevo para cada uno de ellos.

Alrededor de los veintiún años, muchos jóvenes sufren crisis violentas
relativas a su propia identidad. Muchos jóvenes sienten que deben
liberarse de las imágenes fuertes de su padre o su madre, para lo cual
abandonan la casa paterna.

En este septenio, la mayoría de las personas inicia su carrera
profesional, iniciando una etapa de experimentación, una etapa en la
cual se adquieren experiencias de vida. Es una etapa de gran
creatividad, de una gran satisfacción por vivir y probar todo aquello
que fue aprendido, especialmente, en la fase anterior. El joven está
“abierto” hacia su entorno, sus capacidades todavía son ilimitadas y,
por lo tanto, todo es posible para él.

El desafío que debe enfrentar el joven, en esta etapa de su vida, es
tratar de alcanzar el equilibrio interno, su seguridad interna,
independientemente del medio que lo rodea.

Estos son los tres septenios centrales de la Biografía Humana, aquellos
que corresponden a la conformación del alma. Pueden ser descritos como
los septenios de la vida anímica ya que, desde los veintiún años, el Yo
se hace presente plenamente en la vida de nuestras sensaciones. El alma
es nuestro mundo interno al cual sólo nosotros tenemos acceso.
Existen tres niveles en la conformación del alma que llamaremos


Alma sensible, se desarrolla entre los veintiún y los veintiocho años;
Alma racional
, se desarrolla entre los veintiocho y los treinta y cinco años;

Alma consciente
, se desarrolla entre los treinta y cinco y los cuarenta y dos años.



Durante el septenio del alma sensible
el ser humano comenzará a controlar su vida anímica; es el momento del
autodominio. Aquellos juicios impregnados de simpatía o antipatía son
tomados con mayor seguridad. El Yo aún no se constituyó en el centro
del alma, pero el individuo quiere saber cómo son realmente las cosas,
quiere aprender a conocer la vida y el mundo. Busca con empeño una
posición en la vida, afirmarse en su trabajo o en su profesión,
compartir sus días con alguien y, también, formar una familia. El joven
percibe en sí una gran creatividad y satisfacción de vivir.
El septenio del alma racional
es el centro de la biografía y durante el cual el pensar actúa de
manera más intensa. Lentamente, el Yo se emancipa del alma, ha
disminuido la violencia de los deseos y de los impulsos. Por lo
general, el individuo se torna escéptico y le es muy difícil acceder a
un pensar que no sea científico – racional. Modifica su relación con
los otros, ya que terminada la juventud la vida se torna más seria.
Durante el septenio del alma consciente
se desarrolla la autoconfianza, lo cual demanda un trabajo de la
voluntad. Con este septenio culmina el proceso de maduración del alma
humana. A partir de este momento, el individuo siente la exigencia de
ser él mismo; no es ya el simple hecho de hacer y lograr lo correcto
sino de hacer y lograr aquello que tenga valor.

En el plano físico suele producirse una disminución de la vitalidad y
de la capacidad de trabajo; inconvenientes que pueden superarse con el
aumento de la autoexigencia, lo cual tendrá un costo en el futuro. Es
una etapa en la cual aparece frecuentemente la sensación de vacío;
vacío que predispone al encuentro consigo mismo. Es un período de
aceptación de sí mismo y de los otros, constituyendo un verdadero
ejercicio para lograr la autoconfianza.

Septenios del Espíritu.
De los 42 a los 63 años.
Trabajo espiritual para los Septenios del Espíritu

Existen
cinco cualidades que se manifiestan en una evolución sana de un proceso
biográfico de madurez, ancianidad y muerte. Estas son: unicidad,
desapego, amor al prójimo, agradecimiento y perdón.
La
sensación de unicidad ocupa el centro del alma del hombre y de allí se
desprenden las otras cuatro características. La idea de que la unicidad
ocupa el centro del alma ha surgido al observar que, cuando la persona
llega a experimentarla, las otras cualidades pueden ser alcanzadas sin
dificultad. Ocupar el centro significa que la persona se siente ubicada
allí reiteradamente y hace de esto un aspecto central de su vida.
Al
hablar de la sensación de unicidad nos referimos a esa especial
sensación de unidad con el Todo. Pero, ¿qué es el Todo? En realidad, no
hay conceptos que puedan definirlo, ya que en el caso de lograrlo, lo
definido dejaría de serlo; simplemente, el Todo Es.
Las
personas, que han hecho abandono de su cuerpo físico en una situación
de extremo riesgo, como un accidente o una operación quirúrgica,
describen la sensación de unicidad como la sensación de no poseer un
cuerpo y, a la vez, de sentirse parte del Universo. El cuerpo es el
Cosmos mismo y la sensación de unicidad se manifiesta con la esencia de
las cosas y no con las cosas en sí. Las cosas del mundo físico se
vivencian como una consolidación material de aquella esencia. Sin
embargo, no es una fusión cósmica con pérdida de conciencia; siempre
existe la conciencia de sí mismo participando y gozando de esta
experiencia inédita.
Cuando
la experiencia cesa y se retorna al cuerpo, por lo general, se duda de
lo vivido, ya que el imperio de los sentidos y nuestro condicionamiento
cultural no dejan resquicios para experiencias suprasensibles. Pero lo
más valioso de estas experiencias es el cambio de vida de quienes las
han vivido y su necesidad de conocimiento acerca de los mundos
espirituales.
Existe
otra forma de acercarse a esta sensación de unicidad y es la que
verdaderamente interesa en todo proceso biográfico. No se manifiesta
bruscamente y no posee ni la fuerza ni la intensidad de las
experiencias relatadas por las personas que atravesaron por dichas
situaciones de extremo riesgo. Es un proceso que se instala lentamente,
a partir de la cuarta década de la vida, debiendo ser cultivado
cuidadosamente. En este caso, si la persona abre sus sentidos a esta
nueva sensación de unicidad, decidiéndose a profundizarla
conscientemente, se habrá iniciado el verdadero camino del principiante
que aspira a la fraternidad y unidad en el camino espiritual. Para este
proceso son de gran ayuda la meditación diaria y la observación
constante de sí mismo. De esta manera, es posible romper con la
esclavitud de la conciencia de vigilia y apreciar la causalidad.
Al
tomar conciencia de esta causalidad, que obra en nuestra existencia,
nos preparamos para abordar el concepto de karma. Sólo así, la vida
adquiere sentido como escuela y cada tropiezo será bienvenido por el
mensaje que encierra. Todo hecho deberá relacionarse con la causalidad
y el orden universal y, así, la persona logrará instalarse, poco a
poco, en la sensación de unicidad emergente. Más aún, todo conocimiento
adquirido debe apuntar a la unión con el Todo y aquel conocimiento
antiguo deberá ser reformulado en relación con la Totalidad.
Cuando
este estado de unicidad ocupa el centro del alma se percibe una
agradable sensación de paz y un germinar de sentimientos serenos de
amor y fraternidad universal.
Estas sensaciones de unidad y de paz interior suelen despertar el desapego.

¿Qué es el desapego? Es un cambio de valores. Es la transformación de valores materiales en valores espirituales. Es un valor que está en el centro, equidistando entre la posesión y la indiferencia. El
verdadero despego produce una sensación de paz y esta misma sensación
lo incentiva. La actitud de desapego estimula en la persona la alegría
de descubrir que necesita cada vez menos para estar cada vez mejor.
Desapegarse no significa no tener, significa no depender de lo que se
tiene. Los valores materiales susceptibles de ser trabajados
internamente como actitud de desapego abarcan todos los objetos físicos
que nos rodean, desde los más insignificantes hasta los más grandes.
Mucho
más difíciles de ser abandonados son los valores anímicos, porque son
más sutiles y están menos expuestos al campo iluminado de nuestra
conciencia; por ejemplo, los roles que ejercemos diariamente, el
prestigio alcanzado o el manejo del poder.
Las
razones espirituales del desapego son casi obvias: la conciencia
superior sabe de lo efímero de la existencia física; basta elevarse a
otro nivel de conciencia para que el desapego del mundo físico se
constituya en un hecho lógico y necesario. Desde el punto de vista de
la conciencia de vigilia u objetiva, hay un solo acontecimiento en la
vida que no resiste la menor objeción por parte de la razón, esto es la
muerte del cuerpo físico. Es muy comprensible, entonces, que a partir
de la segunda mitad de la vida esta tremenda verdad humana cobre fuerza
inconscientemente en el alma.
Todo desapego del mundo de los sentidos, antes de enfrentar la muerte
física, facilitará enormemente el tránsito hacia el otro plano de
conciencia y permitirá, en futuras encarnaciones, disfrutar serenamente
del proceso tan temido.

La sensación de unicidad y la actitud de desapego confluyen en un sentimiento muy elevado el amor al prójimo. “Amarás al Señor, tu Señor, y al prójimo como a ti mismo”
encierra una verdad oculta: el re-conocimiento de la Divinidad en el
otro así como en nosotros mismos. Reconocer a Dios en el otro y en
nosotros sólo es posible merced a una profunda devoción y reverencia
que despierta en el hombre la emanación divina que vive en su Espíritu.
El amor al prójimo se cultiva y crece. Es un largo camino que parte del
egoísmo para llegar al altruismo, al otro. Desde un punto de vista es
un proceso que, por un lado, recibe aportes de la unicidad y del
desapego y, por otro lado, del agradecimiento y del perdón. Es una
sensación que se instala en nuestro Ser y se manifiesta como
sensibilidad ante la necesidad ajena. Cuando esta sensibilidad se
expande en el alma, se expresa en el mundo como acto de generosidad.
La sensación de amor al prójimo siempre despierta un sentimiento de sana alegría, un verdadero bálsamo anímico-espiritual. ¿Y qué podemos decir del agradecimiento y del perdón? El
agradecimiento es una sensación muy poco cultivada en el alma humana.
El agradecimiento nace de los hechos más insignificantes, como
respirar, caminar conscientemente, oír el canto de un pájaro,
presenciar una puesta de sol, recostarse sobre el tronco de un árbol o
acariciar a un animalito. Todo esto despierta un sentimiento de amor y
fraternidad universal que incentiva el amor al prójimo, pudiendo
trascenderse lo humano para llegar a lo divino.
El
perdón provoca una sensación de benevolencia. Si analizamos el vocablo
en detalle nos encontramos que la palabra perdón se compone de una
preposición inseparable: per, que refuerza su significado y de un verbo
que tiene una profunda significación en sí mismo como acción de
desprendimiento y entrega, donar. Sin embargo, en el mismo vocablo
permanece en silencio otro significado el de don. El sentido de la
donación es el de la dádiva u ofrenda, como así también es una cualidad
del ser humano. Por lo tanto, el perdón es una verdadera cualidad del
hombre que le permite desprenderse tanto de objetos materiales como del
orgullo personal; desapego, para ofrecer una dádiva; amor al prójimo,
que estimula en el espíritu la sensación de agradecimiento que lo une
con el Todo, unicidad.
Aquí
hablamos del perdón como una actitud del alma en relación con el mundo;
una actitud libre que, en cada momento, podemos elegir asumir o
rechazar. La actitud interior de perdonar encierra un doble aspecto:
anímico y espiritual. En el aspecto anímico produce un alivio y una
liberación, es un desprenderse de algo que a su vez nos mantenía
atrapados y esclavizados. Nos desprendemos de sentimientos tales como
odio, humillación, dolor.
En
el aspecto espiritual, el trabajo consciente del perdón nos abre las
puertas del aprendizaje, nos torna flexibles y compresivos con respecto
a la naturaleza humana. Es un excelente instrumento para cincelar
aspectos oscuros del alma y nos abre el camino a la indulgencia y la
compasión. La compasión se apoya en la humildad y es el profundo
sentimiento de amor hacia el semejante, sin guardar relación
con el sentimiento de lástima.


Saber que el otro es nuestro espejo, que
los mismos errores que hoy criticamos fueron nuestras equivocaciones
ayer, que en nuestro corazón y en el de nuestros semejantes brilla la
misma luz, es suficiente para que se agigante el sentimiento de
unicidad y amor al prójimo. Por estos motivos, los tres septenios de
Espíritu constituyen, en cada encarnación, la oportunidad de que el Yo
evolucione un poco más para acercarse a sus verdaderas metas
espirituales.

Fuente: http://ociro.wordpress.com/


2 comentarios

Archivado bajo Espiritualidad

2 Respuestas a “Antroposofía. Septenios: la biografía humana

  1. Killian

    Muy cierto y muy interesante. Un 10…Y eso k odio poner nota. Besos preciosa 🙂

  2. juan carlos

    Desdede hace años siento la imperiosa necesidad de eliminar el egoismo, un aspecto de la falsa personalidad que no me permite liberarme, el sentimiento de unicidad siempre lo he sentido y mi deseo es despertar consciencia para así poder servir como despertador de otros. Excelente página, suban más artículos. Gracias

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