Archivo diario: 16 julio, 2008

Las 7 reglas de Paracelso

1.- Lo primero es mejorar la salud.-
Para  ello  hay  que  respirar con la mayor frecuencia
posible, honda y rítmica,
llenando  bien  los 
pulmones,  al  aire  libre  o  asomado a una ventana.
Beber
diariamente  en  pequeños  sorbos,  dos 
litros   de  agua, comer muchas frutas,
masticar 
los  alimentos  del  modo más perfecto posible, evitar el 
alcohol, el
tabaco y las medicinas, a menos que estuvieras por alguna
causa grave sometido a
un  tratamiento.  Bañarte 
diariamente,  es  un  habito  que  debes  a tu
propia
dignidad.

2.- Desterrar absolutamente de tu ánimo, por mas motivos que existan, toda
idea
de pesimismo, rencor, odio, tedio, tristeza, venganza y pobreza.
Huir  como  de  la  peste  de  toda 
ocasión  de tratar a personas maldicientes,
viciosas, 
ruines,  murmuradoras,  indolentes, chismosas, vanidosas o vulgares e

inferiores  por  natural  bajeza de entendimiento o por tópicos
sensualistas que
forman  la  base de sus discursos u
ocupaciones. La observancia de esta regla es
de  importancia 
decisiva:  se  trata  de cambiar la espiritual contextura de tu

alma.  Es  el  único  medio de cambiar tu destino, pues
este depende de nuestros
actos y pensamientos. El azar no existe.

3.- Haz todo el bien posible.
Auxilia a todo desgraciado siempre que puedas, pero jamás tengas
debilidades por
ninguna   persona.   Debes  
cuidar   tus   propias  energías  y  huir 
de  todo
sentimentalismo.

4.- Hay que olvidar toda ofensa, mas aun: esfuérzate por pensar bien del
mayor
enemigo.
Tu  alma  es  un  templo  que no debe ser jamás
profanado por el odio. Todos los
grandes seres se han dejado guiar por
esa suave voz interior, pero no te hablara
así  de  pronto, 
tienes que prepararte por un tiempo; destruir las superpuestas
capas de
viejos hábitos, pensamientos y errores que pesan sobre tu espíritu, que
es
divino y perfecto en si, pero impotente por lo imperfecto del vehículo que le

ofreces hoy para manifestarse, la carne flaca.

5.- Debes recogerte todos los días en donde nadie pueda turbarte, siquiera
por
media hora, sentarte lo más cómodamente posible con los ojos
medio entornados y
no pensar en nada.
Esto  fortifica  enérgicamente  el cerebro y el Espíritu y
te pondrá en contacto
con  las  buenas  influencias. En
este estado de recogimiento y silencio, suelen
ocurrírsenos  a 
veces  luminosas  ideas,  susceptibles  de  cambiar 
toda  una
existencia.  Con  el tiempo todos los
problemas que se presentan serán resueltos
victoriosamente  por 
una  voz  interior  que  te  guiara  en tales
instantes de
silencio, a solas con tu conciencia. Ese es el daimon de
que habla Sócrates.

6.- Debes guardar absoluto silencio de todos tus asuntos personales.
Abstenerse, como si hubieras hecho juramento solemne, de referir a los demás,
aun de tus más íntimos todo cuanto pienses, oigas, sepas, aprendas,
sospeches o
descubras. por un largo tiempo al menos debes ser como casa
tapiada o jardín
sellado. Es regla de suma importancia.


7.- Jamás temas a los hombres ni te inspire sobresalto el DIA mañana.
Ten tu alma fuerte y limpia y todo te saldrá bien. Jamás te creas solo ni
débil,
porque  hay  detrás  de ti ejércitos
poderosos, que no concibes ni en sueños. Si
elevas  tu  espíritu 
no  habrá  mal que pueda tocarte. El único enemigo a quien
debes 
temer  es  a  ti  mismo.  El miedo y desconfianza en el
futuro son madres

funestas  de  todos  los  fracasos,  atraen las
malas influencias y con ellas el
desastre.  Si  estudias 
atentamente  a  las personas de buena suerte, veras que
intuitivamente, 
observan  gran parte de las reglas que anteceden. Muchas de las
que 
allegan gran riqueza, muy cierto es que no son del todo buenas personas, en

el  sentido recto, pero poseen muchas virtudes que arriba se mencionan.
Por otra
parte,  la  riqueza no es sinónimo de dicha; Puede
ser uno de los factores que a
ella  conduce, por el poder que nos
da para ejercer grandes y nobles obras; pero
la  dicha  más 
duradera  solo  se  consigue por otros caminos; allí donde nunca

impera  el  antiguo  Satán  de  la leyenda, cuyo
verdadero nombre es el egoísmo.

Jamás  te quejes de nada, domina tus sentidos; huye tanto de la
humildad como de
la  vanidad. La humildad te sustraerá fuerzas y
la vanidad es tan nociva, que es
como si dijéramos: pecado mortal
contra el Espíritu Santo.

Fuente: http://elmistico.com.ar/paracelso.htm


Paracelso.

(Retrato
de Paracelso por Rubens)

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Giordano Bruno

El 17 de febrero de 1600 se levantaba una hoguera en una plaza de Roma.
Un hombre fue atado a ella, y el fuego, encendido. Del moribundo no se
podía oír ni un solo grito. Cuando le mostraron un crucifijo, volvió la
cabeza despectivamente, con un gesto hosco. Quien así moría era el
antiguo monje dominico Giordano Bruno.

Bruno, nacido en 1548 en
Nola, cerca de Nápoles, llamado Filippo -Giordano era el nombre que
tomó al ordenarse- había entrado con quince años en la orden de los
dominicos. Sin embargo, su ardiente amor por la naturaleza, su
carácter, apasionadamente ordenado hacia el mundo, el conocimiento de
los descubrimientos científicos de su tiempo y, en general, su
ocupación de estudios no religiosos, le movieron a salirse de la orden,
un paso inaudito por entonces. A partir de ahí llevó una vida errante,
atormentada e inestable; fue primero a Ginebra, después a Francia, donde
dio lecciones en París, luego a Inglaterra, donde enseñó en Oxford y,
durante largo tiempo, vivió en Londres, en un círculo de amigos y
protectores nobles, de nuevo a París, y de allí a las universidades
alemanas de Marburgo, Wittemberg, Praga, Helmsted, por fin a Frankfurt.
En ningún sitio encontraba la paz, en ningún sitio, a la larga, un
número suficiente de oyentes abiertos a sus nuevas ideas, manifestadas
en sus conferencias y lecciones, apenas un editor que se atreviera a
imprimir sus heréticos escritos. Invitado por un veneciano a esa
ciudad, volvió a su patria por primera vez, después de quince años de
ausencia. Allí, su anfitrión le delató al santo oficio, por cuya
demanda los venecianos le extraditaron a Roma. Tras siete años de
encarcelamiento, sin papel ni pluma para evitar que pudiera crear, fue condenado finalmente a la hoguera, posiblemente,
más por acusaciones de magia que por sus tesis filosóficas.

Los
hombres que le entregaron a las llamas se creían en el deber de
proteger la religión y la moral de uno de sus enemigos más peligrosos;
en lo que se refiere a la peligrosidad de Bruno y de sus ideas, no para
la religión, pero sí para muchas doctrinas fundamentales de la teología
de entonces, tenían razón. No pudieron impedir que las ideas de Bruno,
y el ejemplo que dio de extremada firmeza y fidelidad a sus
convicciones, siguieran teniendo efecto. Así ocurre casi siempre en la
historia; al menos en el pasado, pues nuestros días conocen métodos
mucho más perfeccionados de represión espiritual. Bruno escribía en su
lengua materna, el italiano. Algunas de sus obras son: De la causa, del
principio y de lo Uno, Del universo infinito y de los mundos, La cena
del miércoles de ceniza, Expulsión de la bestia triunfante y de los
heroicos furores.


Giordano Bruno


Nicolás de Cusa

Si el Cusano (Nicolás de Cusa) había
anticipado en el pensamiento la revolución en el modelo del sistema
solar, llevada a cabo por Copérnico, Bruno conoce las ideas de éste, y
las asumió conscientemente; pero a su vez, da un paso especulativo más
allá de éste, y pronuncia algo que la investigación posterior ha
confirmado: Copérnico reconocía nuestro entorno celeste más próximo
como un sistema, sin embargo, dejaba existir el cielo de las estrellas
fijas como una bóveda inmóvil. Bruno lleva la idea más lejos. Merced a
una intuición literaria, Bruno ve el universo como una infinidad
inmensurable, repleta de innumerables soles, estrellas y sistemas, sin
límites y sin centro, en movimiento constante. El pensamiento de un
universo infinito lo había tomado del Cusano, del que habla con la
máxima admiración. Pero no se limita a asumirlo; Bruno lleva la idea
hasta sus últimas consecuencias y le da por su boca una profundidad y
un significado totalmente nuevo.

Lo mismo vale para los
pensamientos que Bruno tomó en gran número, además de su antecesor
espiritual más próximo, el Cusano, de otros filósofos; de los antiguos
–entre ellos, principalmente, el poema de Lucrecio, que convenía
particularmente a su propio natural poético, mientras que a Aristóteles
le combate como maestro de la escolástica- y de la filosofía de la
naturaleza del Renacimiento, de la cual nombraremos para esta ocasión,
a los dos nombres más importantes. En Alemania hay que mencionar, sobre
todo, al médico y filósofo de la naturaleza Teofrasto Bombasto von
Hohenheim, llamado Paracelso (1493-1541), que tuvo una vida igual de
movida que la de Bruno, pero con un final menos trágico. Paracelso veía
la medicina en el marco global de una imagen del mundo de filosofía
natural, aportándole a ella y a la química una plétora de fructíferos
pensamientos y sugerencias. Paracelso influyó, entre otros, en Francis
Bacon y en Jakob Böhme. Su significado para la historia del espíritu
sólo se ha reconocido plenamente en tiempos recientes. Junto a él está
Jerónimo Cardano (1500-1576), a quien puede llamarse el Paracelso
italiano. También él fue médico y filósofo de la naturaleza, y
pronunció muchas veces los mismos pensamientos, en cierto modo
infundados, que Paracelso. Este era, sobre todo, práctico; Cardano, más
teórico y con intereses científicos; y mientras Paracelso era un hombre
del pueblo, una naturaleza ingenua y combativa, que sólo escribía en
lengua alemana. Cardano era un aristócrata de formación, que incluso
prohibía que se trataran las cuestiones científicas en la lengua del
pueblo, y quería mantener a este alejado de todo saber. A ellos les
siguen otros dos italianos: Bernardo Telesio (1508-1588) y Francesco
Patrizzi (1529-1591). No vamos a exponer en detalle la obra de estos
hombres. A todos les es común el haber entrado en conflicto con la
dogmática eclesiástica a causa de sus teorías: Paracelso, contemporáneo
de Lutero en Alemania, en abierta y agria polémica; los italianos, más
disimuladamente.

Con el pensamiento de la infinitud del
universo, Bruno unifica el de la unidad dinámica y el de la eternidad
del mundo. El mundo es eterno porque, en él, sólo las cosas
individuales están sometidas al cambio y a la caducidad, pero el
universo como un todo es el único ente y, por ello, indestructible. El
mundo es una unidad dinámica por que todo el cosmos constituye un gran
organismo vivo, y es dominado y movido por un único principio.

Giordano
Bruno dijo: "Así, el universo es único, infinito e inmóvil (….) No es
creado, pues no existe ningún otro ser que él pudiera anhelar o
esperar; tiene todo el ser en sí. No perece, pues no existe ninguna
otra cosa en la que pudiera transformarse. El mismo lo es todo. No
puede crecer ni disminuir, pues es infinito: e igual que no puede
añadírsele nada, tampoco nada puede quitársele".

Al principio
que todo lo domina y anima lo llama Bruno Dios. Dios es el concepto
global de todos los contrarios, lo más grande y lo más pequeño,
infinito e indivisible. La posibilidad y la realidad en uno. Semejante
representación de Dios procede aún del Cusano, y se corresponde con él,
de quien Bruno toma también la fórmula de la coindcidentia opositorum.
Y como muestra la obra del Cusano y el pensamiento de la mayoría de los
místicos, sigue siendo perfectamente conciliable con las doctrinas
cristianas fundamentales.

Lo que resulta inconciliable con el
cristianismo, sin embargo –aparte del pensamiento de la eternidad de la
creación-, es el modo en que Bruno describe la relación en Dios y el
mundo. Rechaza la opinión de que Dios gobierne el mundo desde fuera,
como un conductor el tiro de los caballos. Dios no está por encima y
fuera del mundo, está en el mundo, actúa como el principio que lo
anima, tanto en el todo como en cada una de sus partes.

Sin duda
Bruno ha tenido influencia en la construcción de la Masonería moderna,
así ha expresado: "Buscamos a Dios en las leyes inalterables e
inflexibles de la naturaleza, en la venerable disposición de un
espíritu que se rige por estas leyes (¡Cuán cercano queda aquí el
principio kantiano del cielo estrellado y de la ley moral!), le
buscamos en el resplandor del sol, en la belleza de las cosas que nacen
del seno de nuestra madre tierra, el verdadero destello de nuestro ser,
en la visión de innumerables estrellas que lucen, viven, sienten,
piensan, en el limbo inconmensurable de un cielo, y le cantan alabanzas
al que es todo bondad, todo uno, al supremo".

Todo el cosmos
está animado, animado de Dios, y Dios está sólo en el cormos y en
ninguna otra parte, es esta la equiparación de Dios y de la naturaleza que
se llama panteísmo.

Hasta qué punto Bruno se estaba oponiendo
con esto o con otras cosas a la Iglesia, incluso al cristianismo en
general, es algo de lo que él era muy consciente. Reiteradamente,
califica su intuición como la más antigua, es decir, la pagana. Lo que
constituye su particular posición en la historia es, precisamente, que
él, a partir de los pensamientos que bullían confusamente en muchas
cabezas de su tiempo, extrajo las consecuencias, les dio expresión y
los profesó abiertamente. Claro que no les dio expresión en un sistema
acabado, sino con exaltación poética, en una poesía arrebatada, ebria
del poder de lo intuido interiormente. Se comprende que Bruno no
encontrara lugar donde quedarse, ni en círculos con mentalidad poco
eclesial, ni tampoco en el protestantismo.

Entre los pensadores
en los cuales la influencia de los pensamientos de Bruno es manifiesta
están Leibniz, con su teoría de las mónadas, que se remonta hasta el
Cusano y que tomó de Bruno; está, sobre todo, Spinoza, y además los
HH.: MM.: Goethe y Schelling.

Al recordar el martirio de Giordano Bruno, que sin duda simboliza su amor a la
Ciencia y a la Virtud y su desprecio a la mentira, el fanatismo y la
ignorancia, conjuntamente con la hipocresía — que mata y llora–,
retemplemos nuestro juramento de masonesde cumplir con nuestra misión
de combatir a la ignorancia bajo todas sus formas, y ser fieles a las
enseñanzas de la Masonería que constituye una escuela de enseñanza
mutua, cuyo programa se encierra en los siguientes lemas: obedecer las
leyes del país, vivir con honra, practicar la justicia, amar a sus
semejantes, y trabajar sin cesar por la felicidad de la humanidad y por
su progresiva y pacífica emancipación.


Giordano Bruno

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